
Imagino al hombre como una ameba que tira seudòpodos para alcanzar y envolver su alimento. Hay seudòpodos largos y cortos, movimientos, rodeos. Un dìa eso se fija, (lo que llaman la madurez, el hombre hecho y derecho). Por un lado alcanza lejos, por otro no ve una làmpara a dos pasos. Y ya no hay nada que hacer, como dicen los reos uno es favorito de esto o de aquello. En esa forma el tipo va viviendo bastante convencido de que no se le escapa nada interesante, hasta que un instantàneo corrimiento a un costado le muestra por un segundo, sin por desgracia darle tiempo a saber què.le muestra su parcelado ser,sus seudòpodos irregulares,la sospecha de que màs allà, donde ahora veo el aire limpio, o en esta indecisiòn, en la encrucijada de la opciòn, yo mismo, en el resto de la realidad que ignorome estoy esperando inùtilmente.
A la ameba uso nostro lo desconocido se le acerca por todas partes. Puedo saber mucho o vivir mucho en un sentido dado, pero entonces "lo otro" se arrima por el lado de mis carencias y me rasca la cabeza con su uña fria. Lo malo es que me rasca cuando no me pica, y a la hora de la comezòn, cuando quisiera conocer, todo lo que me rodea està tan plantado, tan ubicado, tan completo y macizo y etiquetado, que llego a creer que soñaba, que estoy bien asi, que me defiendo bastante y que no debo dejarme llevar por la imaginaciòn.
Rayuela Cap. 84 (fragmento)
Julio Cortazar
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